Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "Artemisa y Orión".
Capítulo anterior: "Ícaro y Dédalo".
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO LI
"ARTEMISA Y ORIÓN"
A lo largo de los capítulos hemos visto cómo los dioses han inmortalizado a sus seres queridos convirtiéndolos en constelaciones para tenerlos siempre presentes y con ellos embellecer el firmamento que noche a noche podemos admirar, la constelación de Orión es una de las más bellas, famosas y fácilmente reconocibles del cielo, fuente infinita de inspiración para escritores y poetas, pero, detrás de ella se esconde una trágica, pero maravillosa historia de amor griego que surgió entre la diosa de la caza, Artemisa y Orión, un gigante hijo del dios de los mares, Poseidón y una de las gorgonas, Euríale.
El gigante tenía una habilidad magistral para la caza, tanta que se convirtió en compañero de la propia Artemisa, ambos se habían conocido en la isla de Creta mientras Orión se encontraba cazando con su perro Sirio, eran el complemento ideal el uno del otro, cuando trabajaban en equipo uniendo sus talentos, se convertían en una verdadera máquina de matar.
Orión estaba perdidamente enamorado de la diosa, pero, había un pequeño pero fulminante problema, Artemisa había hecho un voto de castidad para permanecer siempre pura, así como también lo hacía la diosa de la sabiduría, Atenea, aunque la primera sentía una atracción de algo más que amor por el gigante, reprimió todos sus impulsos, manteniéndose firme en su decisión de mantener su virginidad, al menos en un principio.
Pero, también hemos aprendido a lo largo de estos capítulos, que la voluntad es algo sin importancia cuando de los dioses se trata, si Artemisa no podía unirse a él por su voto, entonces él la tomaría por la fuerza, intentó violar a la hija de Zeus pero el gigante no tuvo éxito, pese a la ofensa, Artemisa no repudió a Orión como se podría pensar, sino que, por el contrario, siguió amándolo.
El gigante era realmente bueno matando, nadie lo duda, siempre alardeaba sobre eso, decía que él sería capaz de matar a cualquier criatura, no importando qué artimañas o tamaño tuviera, como si se tratara de Heracles, un pretencioso nunca le cae bien a otro, y no hay dios más pretencioso en todo el Olimpo que Apolo, el hermano gemelo de la propia Artemisa quien cada día se hacía más a la idea de renunciar a su voto para unirse con Orión.
Apolo sabía que Orión era lo suficientemente orgulloso y pretencioso como para aceptar cualquier reto que él le pusiera, incitándolo para que se adentrara en el mar, ya cuando éste estaba ahí, Apolo liberó a un espeluznante y enorme escorpión que iba directamente a la casa del gigante, el animal era tan grande como para poder asesinar de un solo pinchazo a un gigante como Orión, pero, lo que no sabía Apolo era que él tenía la habilidad de caminar sobre el agua gracias a su padre, Poseidón.
Orión corrió y corrió sobre el agua sin hundirse, pero el escorpión también podía hacerlo con la ayuda de Apolo, cuando estaba lo suficientemente lejos de la orilla del mar, Apolo engañó a Artemisa diciéndole que se trataba de una bestia marina que debía de asesinar, la diosa disparó una flecha con una precisión asombrosa y dio directo en la espalda del gigante quien cayó muerto al instante, dándole alcance el escorpión gigante para inyectarle todo su veneno por todo su enorme cuerpo, acto seguido, el escorpión se sumergió y se perdió en el mar para no ser visto nunca más.
Al darse cuenta de lo que había hecho, Artemisa lloró y lloró amargas lágrimas, su amado Orión había muerto por su propia flecha cuando la diosa, se encontraba quizá, convencida de entregarse al gigante, no importaba ahora, pues no había quien recibiera tan gratos honores, en memoria de su enamorado, la diosa de la caza, con ayuda de su padre, Zeus, crearon una bella constelación que desde aquel trágico momento ha estado iluminando el firmamento que yace sobre nosotros, recordándonos los incomprensibles caprichos de la vida.
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