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La Titanomaquia | Capítulo XVIII

   Título: La Titanomaquia.

Autor: Eduardo García.

Año: 2020.

Capítulo: "El mundo de los muertos".

Capítulo anterior: "El rapto de Europa".

Tienda: La Titanomaquia.

CAPÍTULO XVIII

"EL MUNDO DE LOS MUERTOS"

Debajo de la tierra se encuentra un mundo oculto, sombrío y lúgubre, es el reino de los muertos, siendo Hades la máxima autoridad, junto a su esposa Perséfone, ningún alma quisiera pisar jamás aquel lugar creado para torturar eternamente a las almas por sus malos actos cometidos en vida, no existe poder humano o divino que pueda salvar a aquellas desgraciadas almas que han sido condenadas a éste maldito lugar, pues ni siquiera el rey de los dioses olímpicos, Zeus, tiene el poder para alterar las órdenes del soberano del inframundo. 

El mundo de los muertos yace debajo de nuestros pies, es el vientre de la diosa Gea, la madre tierra, en él están encarcelados los más temibles titanes que hayan pisado jamás la tierra, entre los que se encuentran Cronos y sus demás secuaces junto al dios del cielo, Urano. 

Las almas eran conducidas por el mensajero de los dioses, Hermes, para entrar al reino del caos y la destrucción, era necesario cruzar el río Aqueronte que era conducido por un extraño y grotesco hombre de nombre Caronte, para que éste llevara a las almas del otro lado del río, era necesario pagarle con un óbolo, es decir, con una moneda, si al difunto no se le habían colocado monedas en los ojos, no tendría con qué pagarle al barquero, por lo que éste no ayudaría a la desafortunada alma a cruzar el río del dolor, aquellos que no tenían cómo pagarle a Caronte, tendrían que vagar por las orillas del río durante cien años. 

Al cruzar del otro lado del río, se encontraba una temible bestia, era el guardián de Hades, Cerbero, un perro de tres cabezas, gracias a éste, ningún alma se atrevía a desviarse del camino le conducía a entrarse aún más al mundo de las tinieblas, la enorme criatura era hijo del terror de los olímpicos, Tifón y la ninfa Equidna, su hermano era la enorme águila Etón, quien devoraba el hígado del titán Prometeo. 

Al entrar al Inframundo, las almas eran juzgadas por sus actos cometidos en vida, los jueces eran tres; Minos, Éaco y Radamantis, éstos habrían de decidir el destino que tendrían las almas de los mortales, si una persona no había sido mala, pero tampoco buena, entonces era condenada a pasar el resto de la eternidad en los Campos de Asfódelos en donde vagarían sin rumbo por toda la eternidad, era un lugar precario, no era ni bueno ni malo, las almas no eran torturadas. 

Si una persona había cometido actos malos en vida, era condenado al Tártaro, en donde también se encuentran las más temibles bestias que se hayan visto  o que se vayan a volver a ver, los hombres más sanguinarios y ruines tienen su morada en este temible lugar, aquí las almas son torturadas, aquel lugar está inmerso en la oscuridad, no hay lugar en la tierra que tenga más oscuridad que el Tártaro, éste está rodeado por una enorme muro de bronce que le impide a las almas y a los titanes escapar de su cruel destino, para vigilar éste lugar de dolor y tormento sin fin, están los hecatónquiros que fueron liberados por Zeus para pelear junto a los dioses olímpicos en La Titanomaquia. 

En cambio, aquellas almas benévolas o de héroes, no eran condenados a las terribles penas del Tártaro o al olvido como sucedía con almas de los Campos de Asfódelos, solo las almas de los valientes y benefactores podrían pisar los Campos Elíseos, nada les haría falta en la zona más reconfortante de todo el inframundo, allí yacerían las almas de aquellos que, por sus actos, permanecerían en la memoria de las demás personas, el paisaje del inframundo tiende a ser muy distinto, por una parte, en el Tártaro se tiene a lo más grotesco que la imaginación humana puede producir y, por otra parte, tiene a los campos más verdes y floridos que jamás se hayan visto en el mundo, donde todo crece en abundancia para aquellos que son dignos de tales manjares y armonía, cosas que jamás podrán disfrutar las desgraciadas almas condenadas al Tártaro. 

En éste lugar se encontraba un enorme palacio en el que se encontraba el señor de los muertos, Hades y su esposa Perséfone, éstos eran los encargados de imponer su voluntad dentro de sus dominios, en donde no había nada ni nadie que se opusiera a tales decisiones, el dios de los muertos podía abandonar sus dominios para tomar su lugar en el Monte Olimpo en donde el ambiente era mucho más distinto al que se vivía en el inframundo, pero muy pocas veces Hades salía de su infame mundo.

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