Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "El verdadero dios de guerra".
Capítulo anterior: "Artemisa y Orión".
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO LII
"EL VERDADERO DIOS DE GUERRA"
El Monte Olimpo ha sido escenario de batallas tanto legendarias como sangrientas, y esta es una de ellas, involucrando nada más ni nada menos que al propio dios de la guerra, el poderoso Ares, una batalla que se salió de control y causó la muerte de un sinfín de personas y provocó un odio incontrolable en uno de los beligerantes de esta titánica guerra, debemos recordar que Ares, hijo de Zeus y Hera se hacía notar por sus habilidades bélicas, su insaciable hambre de muerte lo llevó a ser temido y odiado por el resto de los dioses olímpicos, incluyendo a su propio padre, Zeus, Ares siempre se vio opacado por la diosa de la sabiduría, Atenea, la hija predilecta de su padre, con grandes dotes para la guerra estratégica, la contraparte del dios de la guerra.
De entre todo el séquito del rey de los dioses olímpicos, destacaba uno, la personificación de la fuerza misma, era tan fuerte como Hércules o, inclusive aún más que él, su nombre era Cratos, un valiente guerrero, siempre con la disposición de pelear en nombre de su amo, Zeus, pero, no sería así por mucho tiempo más.
Fue el propio Cratos el que tuvo la fuerza suficiente como para arrastrar a un titán como Prometeo desde el Olimpo hasta el Cáucaso para encadenarlo y hacerlo pagar a la fuerza la pena que Zeus le había condenado tras el robo del fuego sagrado en beneficio de la naciente humanidad.
Era indudable que Cratos era el favorito de Zeus, a pesar de su monumental fuerza, nunca se había revelado en contra de su amo o algún otro dios olímpico, a diferencia de Ares, él sí era querido y bien recibido por los demás dioses, pese a que el otro era hijo del mismísimo amo del universo griego, pues con él no se sentían amenazados o intimidados, sino que, por el contrario, se sentían protegidos.
El aprecio que Zeus sentía por Cratos era tan grande que, un mal día se atrevió a decir que él debería de ser el verdadero dios de la guerra, y no su hijo, pues Cratos tenía tanto fuerza como inteligencia, cualidades que no tenía Ares, en especial la última, Cratos hacía un excelente equipo con Atenea, a veces se les sumaba también la diosa Nike, un poderosísimo equipo que doblegaba a todos sus rivales, no importando lugar, cantidad o circunstancias.
Zeus se aseguró de que no le escuchara Ares, pues sabía que eso desencadenaría una batalla campal en pleno Olimpo, pero quien sí escuchó fue Helios, bien conocido por ser el mayor chismoso de todos los dioses, él no le contó directamente a Ares, pero sí a su mujer, Afrodita, quien inmediatamente le contó al dios, como todos lo esperaban, Ares estalló en cólera, si hubiese sido un dios más inteligente, hubiera actuado más prudentemente, pero ese no era precisamente su fuerte, en cuanto le contaron todo cuanto su padre había dicho, fue en busca de Cratos.
Él, no queriendo problemas con el hijo de la temperamental Hera, trató de calmarlo explicándole que se trataba de un mal entendido, una simple broma de Zeus, pero Ares no quiso escuchar explicaciones y juró vengarse del impostor y salió como rayo del Olimpo para ir al mundo donde solo titanes y almas condenadas tienen lugar, el Tártaro, las almas vieron un momento de alivio, pues Ares dejó al Inframundo sin verdugos.
Ares llegó con un numeroso ejército marchando hacia el Olimpo, al verlo desde la residencia de los dioses, Cratos pensó que habría de contar con el apoyo de Zeus, a final de cuentas, gracias a él ahora tenía que batirse contra el dios de la guerra, una tarea para nada sencilla, aun tratándose de la personificación de la fuerza.
Al grito de guerra, Ares se hizo presente en el Olimpo con todo su ejército, algunas divinidades que se encontraban ahí al momento de la llegada del ejército de la muerte, salieron volando inmediatamente del Monte, como también lo habían hecho cuando vieron a Tifón acercarse al Olimpo, muchos de ellos se refugiaron en la residencia de Apolo en la cima del Monte Parnaso desde donde podían ver todo lo que sucedía en el Olimpo gracias a su altura.
Cratos había tenido tiempo para prepararse para la inevitable batalla, cuando Ares llegó al Olimpo, el nuevo dios de la guerra ya le esperaba en el vestíbulo de la residencia con su armadura de guerra, su espada desenvainada y su escudo cubriéndole el pecho, Ares y su ejército llegaron y destruyeron todo a su paso, Hefesto, el creador de tan bellas esculturas y detallados no pudo hacer nada al ver cómo destrozaban sus creaciones.
A la hora de la verdad, Zeus no apoyó en nada al que, hasta antes de esto, era su soldado predilecto, el rey de los dioses olímpicos sí tenía las intenciones de apoyarle, el plan había sido concebido por él y por su hija, la diosa de la sabiduría, Atenea, pero, como era de esperarse, la idea no le agradó en lo absoluto a su esposa y madre de Ares, Hera, quien amenazó a Zeus con unírsele a su hijo y pelear contra él, sino se mostraba a favor del legítimo dios de la guerra, condiciones que Zeus terminó por aceptar, pues si Hera peleaba con su hijo, la situación se le saldría de las manos y provocaría una auténtica masacre en el mundo, y lo más importante, atentaría contra el reinado de Zeus sobre todo el universo griego, no le fue tan difícil convencer a su hija, la diosa Atenea de no pelear a favor de Cratos, le explicó sus motivos y la diosa le dio la razón a su padre.
Ares y su séquito tomaron por la fuerza a Cratos quien se resistía al atraco, serían necesarias muchas manos para lograr arrestar a un dios tan increíblemente fuerte como él, pero Ares tenía todo bajo control, su hermana, Atenea le aconsejó sacar del inframundo por unos momentos a los vigilantes del Tártaro, los hecatónquiros, las formidables bestias salieron de la oscuridad del Inframundo y escalaron hasta llegar al Olimpo, ellos tenían manos de sobra para inmovilizar a Cratos mientras los verdugos de las tinieblas le encadenaban así como Sísifo a Tánatos, quien peleaba del lado de Ares junto con otros seres como las harpías y las más temibles bestias mitológicas.
Poco a poco, Cratos fue cayendo, era uno contra cientos, una tarea prácticamente imposible, si tan solo Zeus lo hubiera ayudado, la situación hubiera sido completamente distinta, pero no fue así, Cratos le imploraba a Zeus su intervención, pero de poco le sirvió, cuando, de la nada, Cratos había sacado la fuerza como para derrotar a los hecatónquiros, un poderoso rayo impactó a Cratos que cayó rendido, cuando despertó, estaba encadenado en lo más profundo del Tártaro, ahí donde moraban los terribles titanes, una cárcel sin salida ni luz, encerrado y custodiado por los hecatónquiros, Ares volvía a ser el indiscutible dios de la guerra, su padre, Zeus, le otorgó un grado aún mayor en cuanto a los combates bélicos se refiere, Hefesto le creó armas aún más poderosas, la paz parecía estar reestablecida tanto en el Olimpo como en el Tártaro, al menos por el momento, porque la venganza de Cratos posiblemente tardaría cientos o incluso miles de años en llegar, pero, sin lugar a dudas, así sería, tendría su oportunidad para vengarse de todos los que le traicionaron, comenzando por el propio rey de los dioses, Zeus.
La tortura de Cratos sería eterna en el Inframundo, tanto Hades como Ares, quienes se llevaban muy bien, hacían abrir de par en par las puertas del Tártaro para torturar al que alguna vez se había convertido en el dios de la guerra, aquel tan aclamado y querido en el Olimpo, pero que ahora estaba encadenado, completamente inmovilizado, incapaz siquiera de mover los músculos para cerrar los ojos.
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