Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "Una dulce venganza"
Capítulo anterior: "El mundo de los muertos"
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO XIX
"UNA DULCE VENGANZA"
Después de asesinar a la terrible serpiente pitón, el dios de la música, Apolo, se encontró con la ninfa Dafne, quien gozaba de una encantadora belleza, al verla, el dios quedó asombrado, pero, se pasó de largo, instantes después se encontró además al hijo de Afrodita y Ares, era el dios del amor, Eros que estaba divagando por el bosque.
Como era su costumbre, Apolo no perdió la oportunidad de burlarse del aspecto del dios del amor, pues éste no había crecido, sino que seguía teniendo el aspecto de un niño, siempre que se topaban en el Olimpo o fuera de él, el dios de la música se burlaba del dios, hasta que un buen día, Eros se hartó y se vengó del dios.
Ahí estás niño, cargas un arco demasiado grande para ti, deberías de cargar uno más chiquito, tus bracitos no alcanzan a sostener bien tu arco, además, los arcos son para los hombres, como yo, tú en cambio eres un afeminado, y ese extraño aspecto tuyo no hace más que resaltarlo, hazme caso”.
Eros se enfureció y, sin pensarlo, tomó una de sus flechas de oro y se la disparó al dios, dándole justo en el corazón, Apolo se enamoraría de la primer criatura que viera, que sería la ninfa Dafne quien estaba muy cerca de ellos, el hijo de Afrodita sacó otra de sus flechas y se la disparó a la ninfa, pero no de oro, sino de plomo, que repelía el amor que originaba la primera.
Apolo vio a la bella ninfa y quedó completamente enamorado de su bella figura, pero la ninfa no hizo caso a los halagos del dios de las artes, lo rechazó una y otra vez, hasta que, cansada, se dio a la fuga por su propio pie, pero detrás de ella le seguía su enamorado, quien inútilmente trataba de convencerla para que no huyera de ella.
Ambos corrieron durante un largo tramo de bosque, la ninfa estaba agitada y cansada de correr, volteaba hacia atrás y veía que el dios se acercaba más y más a ella, no tardaría mucho en alcanzarla, la ninfa le imploró a su padre, el dios Peneo, para que éste le salve del dios cambiándole el aspecto que tantos problemas le había ocasionado ya.
Inmediatamente después, la ninfa comenzó a sentir como su cuerpo se hacía más lento, torpe y pesado, su cuerpo se hizo rígido, sus pies se transformaron en raíces que se impregnaron en la tierra, sus brazos se transformaron el ramas y su rostro se cubrió completamente de follaje, la bella ninfa se había convertido en un árbol de laurel, pero poco le importó al dios.
Apolo le dio alcance y, abrazando el tronco, besaba la corteza del árbol en el que había transformado a su amada que ya no podía huir de él, al dios no le quedó de otra más que resignarse a no ser correspondido, diciéndole:
“Incluso siendo un árbol conservas tu radiante belleza, sin lugar a dudas, eres el árbol más frondoso y espectacular de toda la región, no puedo tenerte, pero tú vendrás conmigo, adornarás mis rubios cabellos para honrar mi hazaña con la serpiente pitón, tus hojas serán un sinónimo de la victoria, formarás parte de todas mis luchas y mis victorias, árboles semejantes a ti invadirán esta región, siendo un sello inequívoco del gran dios Apolo, especialmente de mi templo que se construirá justamente aquí”.
Apolo arrancó unas hojas de aquel árbol y fabricó una corona, colocándosela en la cabeza para simbolizar su victoria contra la terrible bestia que había asesinado con su arco, la corona fue siempre un símbolo del dios de las artes, representando además la victoria para todos aquellos que alcanzaran la gloria en los eventos deportivos como los Juegos Píticos que florecerían precisamente en ese lugar.
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