Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "Talos".
Capítulo anterior: "El castigo de Sísifo".
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO XLII
"TALOS"
La paradisiaca isla de Creta fue un lugar místico y sagrado para los antiguos griegos quienes creían firmemente que el rey de los dioses olímpicos, el poderoso Zeus, había nacido y crecido en ella hasta que un buen día se decidió por darle muerte a su propio padre, el titán Cronos, cambiando el mundo por completo, la isla fue bastante temida a tal grado de ser considerado como un castigo fatal, un verdadero terror para los extranjeros, en gran parte debidos al gigante Talos que Zeus le obsequió a su amante Europa quien ahora se había convertido en la reina de la isla.
El enorme gigante de bronce se paseaba por toda la isla para vigilar que ningún extranjero llegara a hasta aquel lugar sin su permiso, o bien, que ningún habitante de la isla saliera de ella sin el permiso de los reyes, miles de marinos y comerciantes murieron a manos de la terrible criatura tan grande y tan formidable como una colina, había sido fabricado por el dios Hefesto en su taller olímpico con la ayuda de los poderosos cíclopes que tenían habilidades inigualables para fabricar las armas más mortíferas, entre las que se cuentan los poderosos rayos que le obsequiaron a Zeus, el tridente de Poseidón y el casco de Hades.
Cuando aparecían barcos extranjeros en el horizonte, el temperamental gigante se metía en el fuego, después, abrazaba a sus víctimas provocándoles la muerte de una manera terrible y por demás dolorosa a los desafortunados marinos que se atrevían a llegar a la isla de Creta, ya fuera por el gigante o por el temible minotauro del laberinto de Creta, la isla era un sinónimo de muerte, un camino fatal que sería el último en ser recorrido por las víctimas.
Pero incluso el poderoso Talos tenía un punto débil, tenía una única vena que le recorría todo su cuerpo desde el cuello hasta el tobillo, ahí estaba rematada por un clavo, el cual no debería de ser removido, de otro modo, el gigante habría de morir desangrado, hubo valientes que se atrevieron a tratar de provocarle la muerte al gigante removiendo su clavo, pero fueron cruelmente asesinados por la bestia.
El poderoso Talos vería su fin una mañana como cualquier otra, mientras él se encontraba dando sus rutinarios paseos por la isla, miró que del horizonte surgía una embarcación, empezó a reunir una gran cantidad de enormes piedras para lanzárselas al barco cuando se acercara lo suficiente a la isla.
Aquellos eran los argonautas que iban dirigidos por Jasón, después de que encontraran el vellocino de oro con la ayuda de Orfeo, al acercarse, el gigante los recibió con una lluvia de piedras que dieron muerte a varios de los marinos y causaron daños irreparables a la embarcación de los héroes, hubieran muerto a manos de la bestia si no hubiera sido por la hechicera Medea quién engañó al gigante haciéndole creer que si se removía el clavo, no moriría, sino que se haría inmortal.
Haciéndole creer que le habían engañado diciéndole que le causaría la muerte porque le temían y no querían que se volviera inmortal pues así, podría proteger a la isla para siempre, el ingenuo gigante creyó todo lo que la hechicera le dijo y él mismo se removió el clavo, la sangre brotó de su vena como si fuera una fuente hasta que no quedó ni una sola gota de sangre en el gigantesco cuerpo de Talos quien cayó muerto causando un gran estruendo que se escuchó en toda la isla de Creta que, a partir de aquel momento, quedó indefensa, su enorme protector había muerto, incontables marinos y comerciantes llegaron a la isla sin la preocupación de tener que cuidarse del gigante.
Una vez muerto, los argonautas pudieron desembarcar en Creta para reparar su nave y enterrar a sus muertos, aunque el gigante había muerto, la isla siguió siendo considerada como un destino fatídico para aquellos condenados a perecer en las enormes murallas del laberinto de Creta por mucho tiempo hasta que llegara un héroe a liberarlos del mítico minotauro.
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