Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "Celos asesinos".
Capítulo anterior: "La maldita Lamia".
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO XLV
"CELOS ASESINOS"
En la antigua Grecia, la homosexualidad no era algo ajeno a los hombres, sino todo lo contrario, los propios dioses habían mostrado tendencias de esa clase desde tiempos inmemoriales, tal es el caso del rey de los dioses olímpicos, el poderoso Zeus que había raptado al joven Ganímedes, un acto tanto homosexual como pederasta, no era mal visto por la sociedad, siempre y cuando se tratara de los dioses, pero, entre los hombres comunes y corrientes sí que era un mal que debía erradicarse pues era comprendido como una aberración contra la naturaleza misma, una ofensa directa a los dioses olímpicos.
El dios de las bellas artes, el arrogante Apolo vivía en el Monte Parnaso, cerca del Oráculo de Delfos, allí vivían también las musas que inspiraban al dios a componer sus melodías, pero, no siempre fueron ellas las que lo lograron, un joven mozo enamoró al dios olímpico inspirándolo como ninguna mujer lo había hecho jamás, su nombre era Jacinto, pero, su belleza no solamente cautivó al dios de las profecías, sino también al dios del viento, Céfiro, más conocido como ‘el viento del oeste’.
Al percatarse de sus dos admiradores, el joven Jacinto se asustó, pensaba que en cualquier momento sería raptado y violado por alguno de los dos dioses, era solo cuestión de tiempo para que eso sucediera, pero, después le dejó de preocupar esa cuestión, era amante de ambos dioses al mismo tiempo, sin que se enteraran.
Céfiro lo invitaba a volar por los cielos, sobrevolando todo cuanto existe, por encima de las montañas más altas y frías como de los desiertos más cálidos, Jacinto se pasaba días enteros fuera de su casa por estar viajando de aquí para allá con el dios, y cuando Céfiro no lo miraba, se escapaba para asistir a los conciertos privados que el propio dios de la música brindaba en su honor.
Ambos se hicieron íntimos amigos, y algo más, no pasó mucho tiempo para que Céfiro se diera cuenta de las andanzas de Jacinto, el joven había preferido pasarse los días enteros con Apolo que con él, se llenó de unos celos que lo cegaron completamente, quería vengarse de ambos, sobre todo de Apolo que le había robado a su amado.
Mientras se disputaban los Juegos Píticos en Delfos, el dios y su amigo estaban mirando las competencias desde el Monte Parnaso, vieron como los hombres lanzaban discos con todas sus fuerzas, Apolo tuvo la idea de jugar así como lo hacían los hombres, tomó un disco y lo lanzó con una fuerza descomunal, el disco subió casi hasta las nubes y bajó con gran fuerza, Jacinto se preparaba para interceptarlo, pero el celoso Céfiro sopló y el viento provocó que el disco cambiara su trayecto original.
El disco golpeó la cabeza de Jacinto con tanta fuerza que el joven salió volando unos cuantos metros, había muerto instantáneamente por el monumental golpe que había recibido, Apolo corrió y lo abrazó intentando socorrerlo, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles, el joven había muerto a causa del golpe, la sangre brotó de su cabeza y se impregnó en la tierra de la que nacieron bellas flores, que pasarían a llamarse Jacintos.
En su memoria, Apolo compuso gloriosas pero tristes y melancólicas canciones para recordar a su amado que ahora no vivía más que en su corazón y en su mente, mientras el joven fue condenado a pasar la eternidad en el Tártaro con los más terribles castigos.
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