Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "El castigo de Ixión".
Capítulo anterior: "Erictonio de Atenas".
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO XLVIII
"EL CASTIGO DE IXIÓN"
La bella región de Tesalia estaba gobernada por un rey de lo más tiránico y tramposo, su nombre era Ixión, vivía en un ostentoso palacio, con todas las comodidades y los más innecesarios lujos, una bella joven logró cautivar al rey que inmediatamente se reunió con su padre para llegar a un acuerdo para que él le concediera la mano de su hija en matrimonio, para lograr persuadirlo, Ixión le prometió grandes riquezas y favores a Deyoneo, incluyendo sus famosas yeguas, la oferta era tentadora y terminó por aceptar que su hija se casara con el rey.
Los jóvenes fueron presentados para ultimar los detalles de la boda que no tardó en celebrarse, fue el evento más importante realizado en mucho tiempo en el reino, cuando Deyoneo quiso cobrar lo que el rey le había prometido a cambio de la mano de su hija, Ixión se negó a cumplir con su palabra, había conseguido su cometido y su suegro nada podía hacer en contra del rey, pero no así los dioses.
Al hombre no le quedó de otra más que robarse las yeguas que su yerno le había prometido, al darse cuenta, Ixión se enfureció, pero no hizo nada, al menos al principio, organizó un banquete para invitar a su suegro, diciéndole que le daría el resto del pago que ambos hombres habían acorado en un principio, él asistió gustoso al palacio de Ixión, antes de comer, el rey lo invitó a una nueva sala del palacio, recién terminada, en medio estaba un pozo de tres a cuatro metros de profundidad, del fondo emergía una luz, curioso, Deyoneo se asomó para ver qué es lo que brillaba, cuando se acercó, Ixión lo empujó y su suegro cayó en el pozo que estaba repleto de brazas ardientes.
Cayó el hombre y, por instinto, trató de amortiguar el golpe con las manos que tocaron los carbones ardientes, las quemaduras eran insoportables, Deyoneo no tenía descanso alguno, no había ningún lugar en el que pudiera estar a salvo de las quemaduras que se hicieron más y más severas, los gritos del hombre se escuchaban en todo el palacio, los demás invitados oían horrorizados las desesperadas súplicas, mientras el rey solo se sirvió una copa de vino y se acercó al pozo para ver cómo se retorcía su suegro hasta que finalmente murió después de un terrible y despiadado martirio.
Como ya hemos visto en otras historias, la hospitalidad era una ley sagrada en la antigua Grecia, los que no cumplían con este requerimiento serían castigados, pero no por los hombres, sino que su castigo sería aún más cruel y despiadado, pues sería impuesto por el rey de los dioses olímpicos, Zeus, así como ya lo había hecho con Licaón y otros más, lo que servía de advertencia para el resto de los reyes que gobernaban el actual territorio griego, pero a Ixión poco le importó la ley de los dioses, los demás reyes estaban abrumados, no podían creer la barbaridad que había hecho el rey de Tesalia contra su propio suegro, pero no solo contra él, sino también contra su esposa, la bella Día que había corrido el mismo destino que su progenitor, un verdadero crimen que no tenía precedentes, el rey estaba loco, no cabía la menor duda de que así era.
Temerosos, los reyes de los demás estados no visitaron ni dejaron que Ixión los volviera a visitar, rompieron todo tipo de relación con el rey de Larissa, la capital de la región, exiliaron al rey que comenzó a vagar por los bosques circundantes al reino que había gobernado antes, completamente invadido por la locura, su pueblo se volvió en su contra, cuando lo veían cerca de la ciudad, lo apedreaban, insultaban y escupían para alejarlo de la ciudad, todos sabían que tarde o temprano, el castigo de Zeus llegaría contra el antiguo rey.
Después de años de vagar sin rumbo, Ixión se arrodilló e imploró el perdón de los dioses, el más importante de ellos, Zeus, lo perdonó, lo curó de sus males y lo invitó a un banquete nada más ni nada menos que en el Monte Olimpo, el dios mandó a Hermes para que lo condujera hasta la residencia olímpica, allá, Apolo y su hijo Orfeo deleitaban a todos con sus melodías, todo era perfecto, jamás se imaginó que compartiría la mesa con los dioses olímpicos, pero así lo hizo, parecía que el antiguo rey se había regenerado, dejando atrás sus artimañas y engaños, pero no fue así.
Trataba de oír las pláticas secretas de los dioses, con el fin de contárselos al mejor postor una vez terminado el banquete, pero, el colmo de los males llegó cuando la esposa de Zeus, la temible diosa Hera entró al salón, al mirarla, Ixión se enamoró perdidamente de la diosa y, cuando nadie estaba cerca, le hizo propuestas sexuales a quien, ofendida, le contó todo a su celoso esposo, pero Zeus no creyó que su invitado se atreviera a insultarlo de tal manera, y mucho menos estando en su propio palacio.
La duda no dejó en paz a Zeus hasta que él creó una nube con la misma forma de su esposa y la dejó ahí para ver qué es lo que hacía Ixión, para sorpresa del dios, su invitado estaba violando a la nube que imitaba la forma de su esposa, de esa unión nacieron unas criaturas extrañas y aterrorizantes para los hombres, los centauros que tenían cuerpo de hombre y de caballo, el rey de los dioses no castigó a Ixión porque él mismo entendía lo complicado que era contener los deseos sexuales, ni siquiera él podía hacerlo con sus infinitas amantes, dejó pues que el hombre se fuera sin castigo alguno pese a la gran indignación que causó en Hera.
Cuando Ixión regresó del banquete, se jactaba de haberse unido a la diosa más temible del Olimpo, burlándose de Zeus y haciendo que todos los demás hicieran lo mismo, al enterarse de los rumores que lo dejaban en ridículo, el dios se ofendió muchísimo y lleno de ira, fulminó a Ixión mientras este caminaba despreocupado en el bosque, inmediatamente todos entendieron el enojo de Zeus por las burlas de las que había sido objeto, su cuerpo había quedado completamente calcinado, así como lo habían hecho el de su suegro y esposa.
Hermes llegó a recoger el espíritu del hombre y lo condujo hasta la entrada del Inframundo, allí lo esperaba ya el dios Hades, fue juzgado y condenado a cumplir con un castigo eterno y por demás doloroso e irónico, fue amarrado a una gran rueda, estaba sujetado por dos serpientes pitón, una en las piernas y la otra en el pecho, solo ellas causaban ya un tremendo dolor al desgraciado Ixión, crujiéndole los huesos por la gran presión que ejercían, por si fuera poco, la rueda estaba en medio de las llamas, tendría que sufrir lo mismo que su suegro en su palacio, pero él tendría que hacerlo por toda la eternidad.
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