Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "Pan".
Capítulo anterior: "El hilo del destino".
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO XXIX
"PAN"
El mensajero de los dioses, Hermes, se encontraba pastoreando el rebaño del rey Dríope, quien era descendiente del rey Licaón, con el único pretexto de estar cerca de una hija del soberano, hasta que, logró unirse con ella, le llegó el tiempo del alumbramiento a princesa, pero, el bebé era un ser completamente extraño, una aberración, no se parecía en nada a su padre que era, por mucho, uno de los dioses más bellos de todo el Olimpo.
Su hijo tenía las extremidades inferiores como las de un macho cabrío, mientras que el resto de su cuerpo correspondía al de un humano, tenía dos grandes cuernos que brotaban de su frente, su rostro estaba completamente arrugado como si fuera un anciano, y una prominente barbilla, todo su cuerpo estaba cubierto por una espesa capa de pelo, parecía más una bestia que un dios.
Al verlo, sus padres se asustaron al ver la fealdad de su hijo, jamás habían visto algo tan horroroso, Hermes, siempre vanidoso, arremetió en contra de la princesa:
¿Cómo es posible que me hayas hecho esto a mí? ¿Cómo te atreviste a engañarme de esta manera tan ruin?
¡Eres una maldita! Mira esa cosa tan horrible, es imposible que sea mi hijo, tú me engañaste con alguien, pero ambos pagarán por haberse burlado así de mí.
Pero, en realidad, aquel era, en efecto, hijo del mensajero de los dioses que se creía engañado, hasta que lo llevó al Olimpo y, apenado, lo mostró al resto de las deidades, Zeus le confirmó lo que tanto temía, el bebé era suyo y no de alguna criatura, Hermes creía que se trataba de un engaño como el que Pasífae había cometido en contra del rey Minos al enamorarse del toro de Creta y posteriormente unirse a él para dar a luz al minotauro, que era precisamente, una aberración a la vista de todos.
Aunque no queriendo, a Hermes no le quedó de otra más que dejar que su hijo viviera en el Olimpo junto al resto de las divinidades, el rechazo de todos hacia Pan fue evidente, nadie se le quería acercar, su aspecto era aterrador, cuando era mayor, abandonó la residencia de los dioses para vivir en los bosques de la región, especialmente los circundantes a Arcadia, estaba completamente solo, las ninfas del bosque lo rechazaban porque le tenían miedo.
Un día, se encontró con Eros, el dios preparó su arco y le disparó una flecha a Pan, los efectos del amor fueron inmediatos, quedaría perdidamente enamorado de lo primero que viese, fue la ninfa siringa, la persiguió por un buen tramo del bosque, la ninfa estaba aterrada al verlo, al llegar a la orilla de un río Ladón, le imploró a las ninfas Náyades para que la protegieran, la transformaron en un montón de varas, Pan se entristeció muchísimo y suspiró, el aire se introdujo por las varas.
El sonido que generaron le llamó la atención, se dio cuenta que, las varas de diferente tamaño generaban diferentes sonidos, unió unas cuantas varas de diferentes tamaños y bautizó a su instrumento como la flauta de siringa, su música era bastante buena, poco a poco, las ninfas se fueron acercándosele, atraídas por el bello sonido que generaba con su instrumento.
El miedo fue quedando poco a poco atrás, las ninfas vieron que, aunque era terriblemente feo, no era una mala persona y no tenían nada que temerle, todo el día estaban bailando y cantando con la música de la flauta de siringa, especialmente en los alrededores del Monte Parnaso, la residencia del dios de la música, Apolo, quien también tenía bastante cerca su templo, El Oráculo de Delfos.
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