Título: La Titanomaquia.
Autor: Eduardo García.
Año: 2020.
Capítulo: "El hilo del destino".
Capítulo anterior: "Zeus, el pederasta".
Tienda: La Titanomaquia.
CAPÍTULO XXVIII
"EL HILO DEL DESTINO"
Átropos, Cloto y Láquesis, las hermanas del destino tan temidas y veneradas en el pasado tanto por hombres como por los mismísimos dioses, las tres en su conjunto eran la personificación del destino, eran ellas quien decidían el porvenir de los hombres cuando éstos eran apenas unos bebés, desde su nacimiento hasta su muerte, las Moiras tendrían una influencia directa en la vida de todas las personas.
Eran tres hermanas que siempre iban vestidas con túnicas tan blancas como el mármol que les cubría todo el cuerpo, nunca se presentaban en algún lugar por separado, sino acompañadas.
Cloto era conocida como la ‘hilandera’, ya que, ella era la encargada de hilar la hebra de la vida lo que significaba el nacimiento de un bebé, por dicho motivo, era frecuentemente invocada por las mujeres que se encontraban en el noveno mes de gestación y no querían tener ningún tipo de problema para ellas o para sus hijos.
Láquesis fue como cocida como ‘la que echa a suertes’ porque ella siempre cargaba consigo una vara con la que medía el hilo que su hermana Cloto había hilado para el recién nacido, teniendo una influencia más que directa en la vida de la persona, por último, Átropos que, era la más temida y respetada, terminaba el trabajo que había comenzado Cloto, cuando llegaba su hora, cortaba el hilo, matando irremediablemente a la persona, enviándolo directamente a los dominios de Hades en el inframundo en donde sería juzgado y castigado conforme a sus actos cometidos en vida, Átropos tuvo su equivalente dentro de la mitología romana, era ‘Morta’, que se traduce como ‘Muerte’.
Pese a que las Moiras determinaban el destino de los hombres, no tenían la última palabra, el dios supremo de la mitología griega, Zeus, era quien lo decidía y era, además, quien se encargaba de castigar a los hombres en vida o darles castigos eternos a los inmortales como lo hizo con Prometeo, las hermanas tenían un amplio poder y no se llevaban bien con los dioses, a excepción de Zeus a quien sí respetaban.
El poder de las Moiras era incuestionable, los hombres tenían que rendir culto a estas para que sus hijos tuvieran buenas vidas o, que ellos mismos la tuvieran, su fama se extendió por toda Grecia, fueron adoradas en las ciudades más importantes de la antigüedad como Tebas, Olimpia, Atenas e incluso el propio Oráculo de Delfos de Apolo.
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